esta españa nuestra/Raúl Heras
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Una entrega de premios como la de “Exitos 2003”, que aquí en Madrid, y por tercer año consecutivo logra reunir a los presidentes y responsables de las principales compañías y empresas del sector que lleva cinco años actuando como motor de la economía española, es un buen momento para hablar de mentiras y verdades, para hablar de política y para movernos entre la fábula y el juego, que siempre ha sido uno de los entretenimientos preferido en la Villa y Corte.
Si miro los premiados de estos tres años, me reafirmo aún más en el acierto que tuvo el jurado. Todos ellos han confirmado sus liderazgos, sus ideas y su talento creador. Este año ocurre lo mismo. Desde Rafael del Pino, a Jesús Díaz Ucar; desde Román Sanahuja a Oscar Tusquets; desde Aurelio Alvarez a José Manuel Loureda, desde Joaquín Rivero a Antonio García Ferrer. Y es innecesario que les diga qué es Aguas de Barcelona, qué es el Santander Central Hispano, o de qué son capaces José Bono, Manuel Chaves, Francisco Camps y Alberto Ruiz-Gallardón en Castilla-La Mancha, Andalucía, la Comunidad Valenciana y Madrid. Gente de primera, comprometidos con su trabajo y con su responsabilidad de cara a los ciudadanos que representan.
Está también entre los premiados Enrique Lacalle. Hoy somos amigos y creo que no me equivoco si digo en nombre de los dos que lo vamos a ser durante muchos años desde el respeto a la función de cada uno y la independencia mutua. Como presidente de BMP, Enrique se propuso hace siete años competir con Cannes y los franceses, quiso dotar a España de un salón inmobiliario que sirviera de referencia en el exterior, y que atrajera inversiones a nuestro país. Lo ha conseguido, y justo es que premiemos su esfuerzo. Un esfuerzo para el que ha sabido rodearse de un equipo eficiente y muy profesional, con Jordi Toboso y José María Pons a la cabeza; y que ya tiene su reto competidor en Madrid a través del salón que organiza el Grupo Planner y que comandan Antonio González Noain y Eloy Bohúa. Competencia para mejorar, que es la que nos interesa a todos.
Este es un año muy especial. Nunca como ahora los temas inmobiliarios, el panorama de la construcción, los planes urbanísticos y la importancia del medio ambiente habían ocupado tanto espacio en los medios de comunicación. Y nunca, como ahora, con tanta polémica entre los partidos políticos y en medio de tanta guerra electoral, hasta el punto de situar una crisis institucional en el centro neurálgico del sector.
La palabra ‘ladrillo’ y la palabra ‘burbuja’ se han convertido en dos compañeras habituales e imprecisas en cualquier medio informativo que se precie. Habituales e imprecisas, ya que a fuerza de nombrarlas mil veces –muchas de ellas buscando el significado peyorativo y peligroso de la acepción social que una semiótica propagandística ha lanzado con toda la intención de las mejores campañas de desinformación a las que he asistido– ya no sabemos muy bien qué significan.
Querer reducir a un sustantivo como es la palabra ladrillo, al que es el primer sector productor de riqueza de este país en estos momentos me parece superficial e interesado, por no decir irresponsable, ya que pone en peligro una gran parte de la actividad económica, industrial y financiera; y puede volver a lanzar hacia arriba las cifras de paro. Y hablar de burbuja, intentando rescatar de la memoria de la sociedad lo que ha ocurrido en la Bolsa con las compañías de Internet en los últimos años, tras una escalada a todas luces sin sentido, ya que no había base para la misma y tan sólo se basaba en expectativas de mercado muy exageradas y con unos tiempos de amortización de las inversiones que delataban el carácter especulativo de ese capital, resulta falso y tan interesado políticamente como lo del ladrillo.
Ninguno de los dos términos se usaría con tanta alegría, intención y asiduidad si no existiera una fecha que ya se ha quedado para siempre en el calendario negro de la política: el 10 de junio. El 10 de junio en la Comunidad de Madrid, y más en concreto en su Asamblea, durante la votación para la formación de su nueva Mesa de representantes. En lo que allí ocurrió entre las diez y las diez y media de la mañana está la síntesis de la pugna electoral que hemos vivido y vamos a seguir viviendo hasta marzo del próximo año, cuando se celebren los comicios generales y un nuevo inquilino suceda a José María Aznar en La Moncloa. Un 10 de junio de 2003 al que se le ha comparado con el 23 de febrero de 1981, con su suma de conjuras, tenientes coroneles golpistas, generales en la sombra y una “trama civil” que no haría sino prolongar la que ya existió en aquellas fechas. Mucha tela que cortar para tan pocos datos en esa dirección, muchos rumores intencionados, muchas pistas falsas, muchos nombres de poca monta y nada, o casi nada, de autocrítica en ninguna de las tres formaciones con representación parlamentaria.
Les confieso a todos, y los que más me conocen lo saben muy bien, que me cuesta mucho trabajo no lanzarme a explicar en estos primeros días de octubre todo lo que he ido averiguando del escándalo madrileño tras muchas horas de conversación con los actores principales y varios de los secundarios que eran poseedores, tal vez sin ellos saberlo, de claves importantes para entender lo sucedido, y lo que va a suceder, que esa no es una historia cerrada. Es voluminoso el material recopilado y espero que vea la luz en un próximo libro, una vez se haya resuelto en las urnas lo que los partidos políticos no han sabido resolver, pese a estar un par de veces a punto de conseguirlo con las imaginativas y serias propuestas que hizo el líder de IU, Fausto Fernández y que discutieron y quisieron llevar a buen puerto los tres representantes que habían elegido cada uno de los grupos: Helena Almazán, Luis Eduardo Cortés y Miguel Reneses. Va a ser un libro cargado de sorpresas y de protagonistas en situaciones inesperadas y desconocidas. Y lo dejo aquí.
Prefiero resolver algunas dudas que en los dos últimos años se han creado, dentro del tono jocoso y cómplice (pero riguroso en el fondo de lo que señalan) que creo debe imperar en una entrega de premios como la que nos reúne cada año. El primero, conté para lograrlo con la inestimable y siempre inteligente ayuda del hoy alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y se centró en el conocido juego de la ranita y el escorpión. Ya les adelanté que el final de la fábula no tenía por qué ser fijo e inalterable. Que la ranita había aprendido mucho y no se iba a dejar picar por el escorpión así como así, en medio de la corriente, para destino fatal de los dos.
Debo señalar que, a fecha de hoy, la ranita ha engañado al escorpión y lo ha dejado en mitad del río, a merced de las fuertes corrientes, mientras ella se apresta a llegar a la otra orilla... al final de su mandato..., y busca otras zonas de expansión para su propio futuro. No es el primer engaño con lo que se demuestra al tiempo la falsedad de algunas imágenes: ni el escorpión es tan fiero y terrible, ni la ranita tan bondadosa.
El segundo, como recordarán los asistentes a la cena del año 2002, tuvo como protagonistas a nuestros modernos Tres Mosqueteros y a Dartagnán. También debo dejar constancia de que el joven Gascón ha llegado a la Villa y Corte y ha asumido con excelente talante su papel de mascarón de proa del elitista cuerpo de espadachines, sin descuidar por ello ni un ápice su indumentaria, y manteniendo ojo avizor a su retaguardia de origen, algo que todo estratega tiene como esencial en su cuaderno de ruta, si quiere llegar lejos en ese duro oficio de la “res pública”.
Y lo que es más importante, sus tres compañeros de partido y de armas han llegado a tiempo a su cita con su propio destino, que como todo destino que se precie, es caprichoso e incierto, sobre todo cuando la voluntad que lo manda es real y casi imperial en los tiempos de cólera que estamos viviendo.
Aramís -al que como saben, en la tercera entrega de los Mosqueteros, el mestizo y ágil narrador Alejandro Dumas convertía en general de los Jesuítas y enfrentado al propio Rey Luis XIV- ha ordenado sus ideas, sin renunciar a la felicidad, y un poco con un pacto de amigos y otro poco con la mediación de Dartagnán se ha puesto a las órdenes del auténtico triunfador, que no es otro que Athos, el elegido por su soberano para encabezar a sus ejércitos en las duras batallas que se aproximan. En cuanto al fiel y desprendido Portos, que había regresado a su tierra a combatir en primera línea, le esperan en la Corte a la mayor brevedad posible, si bien es cierto que su reciedumbre le ha ocasionado algún quebradero de cabeza. Nada grave, ya que bajo la aparente rudeza de sus maneras, existe un gran corazón y una gran voluntad de victoria frente al peor de los enemigos.
No se pregunten por el cardenal Richelieu. Richelieu siempre será Richelieu. Fiel a sus principios y a su forma de ver el arte de la política. Adusto en el gesto, profesional donde los haya, “cantante” de las verdades del barquero cuando a otros se les arruga el ademán, y con los plazos de su vida pública medidos con pulcritud de artesano.
Espero y deseo que nos veamos de nuevo el próximo año, que seamos pacientes todos hasta la Primavera.
Ya conocen aquello de que “hasta el rabo, todo es toro”, y a las papeletas muchas veces las carga el diablo antes de entrar en las urnas. Somos lo que somos en esta vieja piel de toro tan curtida de cicatrices de todos los colores.
Mis últimas palabras quiero tomarlas de uno de los aforismos de Max Aub, una de nuestras inteligencias mal perdidas en aquel exilio que nunca debió producirse:
- ¿Saldremos de este laberinto?
- ¿Qué laberinto?
- Este en el que estamos metidos
- Nunca. Porque España es el laberinto.