Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Desde el Congreso del PP en Valencia, del que salió fortalecido provisionalmente Mariano Rajoy y su nueva Ejecutiva, la presidenta del gobierno de la Comunidad de Madrid y de su propio partido sufre cada semana un nuevo jaque por parte de sus propios compañeros de militancia, que buscan el mate definitivo de sus aspiraciones y eliminar así un fuerte competidor para los duros meses que se avecinan. Esperanza Aguirre sabe que los principales enemigos siempre están dentro y que debe emplear lo mejor de sí misma si quiere recomponer su imagen dentro y fuera del Partido Popular. Y para ello debe comenzar por su propio territorio, este Madrid en el que ve como la estrategia del PSOE avanza como lo hicieran las “panzer divisiones” desde Alemania, utilizando todos los medios a su alcance y todos los pactos posibles, desde los sindicatos de la sanidad y la enseñanza, al más oportunista y letal de todos ellos, el que va a permitir al presidente de Caja Madrid seguir en su puesto hasta el 2011.
Miguel Blesa y los suyos llevan tiempo “defendiéndose” de los intentos del gobierno Aguirre de influir en las decisiones de la segunda caja de este país. Se opusieron a la compra de derechos del mundo del fútbol, se opusieron a la estrategia de la presidenta en el tema de Endesa, crecieron por su cuenta en Iberia al margen de otros pactos posibles que tenía en cartera el Ejecutivo autonómico, y ahora han puesto sobre el tablero de ajedrez la más atrevida de sus jugadas: quieren ser ellos los que den a Esperanza el jaque mate político cerrando el paso a sus candidatos en la corporación Cibeles.
Sería bueno que desaparecieran todas las canonjías políticas de los consejos de administración de aquellas entidades y empresas que tienen relación con el capital público. Desde esa perspectiva, al presidente de Caja Madrid le asiste toda la razón al intentar bloquear la entrada de Angel Acebes, Manuel Lamela y Carmen Cervera en el consejo de la nueva Corporación antes de su salida a Bolsa. Si fuera coherente con esa posición tendría que desalojar de los propios órganos de la Caja a todos los “delegados” políticos y sindicales que los habitan a cambio de un jugoso sueldo anual. Pero no es así. Miguel Blesa y su mejor y más hábil consejero, Juan Astorqui, se han posicionado al lado del Gobierno socialista, al lado de Izquierda Unida, al lado de los sindicatos y al lado de la parte del PP contraria a Aguirre simplemente por razones de supervivencia. En esa mezcolanza contra natura, en la que todos buscan y consiguen algo, los dirigentes de la Caja compran tiempo. Ni el presidente, ni el director de comunicación van a encontrar mejor acomodo personal, por lo que todo su talento, que lo tienen, toda su astucia, que la demuestran, y todo su poder financiero y mediático que lo utilizan, lo han colocado al servicio de su ambición y de la de los demás. Ellos no quieren irse; a los actuales miembros del Consejo no les interesa que se vayan; a los sindicatos les parece estupendo que se mantengan los más que favorables acuerdos de los que gozan; y a los socialistas les viene de perlas que sea el propio Blesa el que desgaste a Esperanza Aguirre, se alíe con los enemigos internos de la dirigente del PP, y que espere hasta las elecciones del 2011 para tras ellas, y si sale victorioso de las urnas Tomás Gómez o la candidata que en ese momento consiga imponer José Blanco, poder mover el sillón con sus propios nombres, que candidatos no le van a faltar.
El presidente de Caja Madrid ya ha demostrado que es mucho más que el amigo y compañero de José María Aznar. Sin talento y sin capacidad política no se puede estar al frente de una entidad financiera de ese tamaño, capaz de sacar rendimiento a sus mejores inversiones, convertirse en la piedra angular de la futura Iberia, y aguantar sin pestañear los mil millones que le ha costado la Martinsa – Fadesa de Fernando Martín. Se necesita fortaleza para decirle no al vicepresidente González, y valor casi temerario para cerrar el paso al antiguo secretario general del PP, al ex consejero de Sanidad y a la cuñada del propio vicepresidente. Blesa es consciente de sus riesgos pero está convencido de saber manejar con igual habilidad sus apoyos, incluso aunque en la trastienda de la operación para desalojarle de su trono financiero estén Rodrigo Rato y Francisco Alvarez Cascos, amén de algún que otro gurú del liberalismo químicamente puro, muy en entredicho en estos días en los que el estado como garante de las libertades y del crecimiento vuelve por sus fueros socialdemócratas en contra de las aberraciones que el mercado ha consentido y estimulado.
Si el presidente de Caja Madrid consigue sobrevivir hasta 2011 habrá ganado y Esperanza Aguirre habrá perdido, y mucho más que una simple batalla financiera. Habrá perdido una buena parte de su caudal político y dejará en manos de sus adversarios el control de una entidad que debe ser uno de los puntales de la imparable reforma estatutaria que van a vivir las caja de ahorro para salir de esta crisis. La presidente y los suyos lo saben. El resto de las piezas de este ajedrez económico – político, también. Hoy por hoy Blesa lleva ventaja y ha conseguido anular las primeras jugadas de ataque con alfiles y caballos que le había presentado Aguirre. Tal vez alguno de los colaboradores y asesores de la inquilina de la Puerta del Sol pensó que podía acabar la partida con el “mate pastor”, tres jugadas y el rey no tendría dónde colocarse en el tablero para salvarse. Se equivocaron. Le bastó a Blesa con mover un peón tan eficaz como Astorqui y enrrocarse con Gallardón para tomar ventaja posicional y ser él, ahora, quien pueda presumir de estar a punto de “comerse a la reina”.