Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
No es nuevo, ni original. Las mentiras cuanto más grandes, mejor. Sobre todo si se dirigen a todo un pueblo. Y más aún cuando se dirigen al mundo. Unos cuantos gestores cargados de avaricia y sin apenas control por parte de otros gestores que eran compañeros, amigos y camaradas de los primeros crearon la tormenta perfecta en el mundo de las finanzas y ahora nos están ahogando en ella.
Están haciendo zozobrar a las economías nacionales desde Estados Unidos a Japón, sus compañías y empresas necesitan de rescates multimillonarios y ellos se van a sus casas bien cubiertos los riñones con contratos blindados e indemnizaciones de escándalo sin que nadie les pida cuenta de sus desmanes. No se equivocaron, no erraron en sus previsiones. Simplemente se dejaron llevar por la ambición, por la avaricia, por la droga del poder tener más y más dinero en sus cuentas corrientes. Fueron conscientes de sus actos y utilizaron las armas que tenían más a mano para cometerlos. Sus vigilantes, aquellos a los que la sociedad ( en teoría ) había colocado para vigilarles, eran ellos mismos. Y hoy, los pirómanos de ayer, son los bomberos.
Tienen razón los que se escandalizan por las enormes sumas de dinero que vamos a tener que colocar los contribuyentes en los distintos planes de rescate de las entidades financieras, pero al mismo tiempo nos han colocado en la siguiente disyuntiva: o esto o el caos. Y tememos el caos, tememos la desintegración de la sociedad que conocemos, nos hemos acostumbrado a vivir de una determinada manera y no nos gusta, no queremos enfrentarnos a la dura realidad: aquello fue bonito mientras duró. Todo está cambiando y de forma muy rápida. El capitalismo que hemos conocido se ha consumido en sus propios fuegos fatuos, en esa orgía de despilfarro en el consumo con el que se ha adormecido la conciencia crítica de cientos de millones de personas.
Nos han estado mintiendo y lo siguen haciendo. Los mismos de antes y de mañana. Son tiempos, días de grandes mentiras: mentiras en los ipc, mentiras en la inflación, mentiras en la salud financiera de los países, mentiras en la urgente necesidad de tomar medidas, mentiras que se han convertido en la realidad pública de cada día. Mentiras en los análisis que intentan justificar lo que está pasando sin que nadie asuma ninguna responsabilidad, y mentiras en las soluciones que no se toman.
Si es cierto que unos cuantos ejecutivos ansiosos de dinero en Wall Street y en la Bolsa norteamericana fueron los diseñadores de la catástrofe con su inacabable lista de “derivados financieros”, no es menos cierto que también son responsables la Reserva Federal, el Banco Central europeo y el resto de los bancos nacionales que, con todos los datos que estaban obligados a tener, no hicieron nada. Todos ellos se dejaron llevar por la gigantesca ola de “dinero” – real e imaginario – que inundó el mundo a base de bonos basura, obligaciones basura, titulaciones basura, en una pirámide fraudulenta que si la hubieran hecho pequeños malhechores ahora estarían en la cárcel. Pero se hizo desde arriba, desde los grandes despachos que manejaban cifras de trece ceros, se hizo desde la cúspide del sistema: mientras siga habiendo alguien que compre, que suba un peldaño más, la pirámide sigue y sigue. Hasta que un pequeño ladrillo en la base, una pequeña piedra en una de las esquinas, se desintegra, se sale de su sitio y todo se derrumba.
Es verdad que España tiene un mejor sistema financiero que el resto de los países desarrollados, pero es imposible que se quede fuera del contagio del virus que se extiende por todos los rincones del planeta. No nos podemos quedar fuera, y no estamos fuera. Aquí las mentiras son tan gordas como en USA, en Alemania o en Francia, con dos características muy nuestras: necesitábamos más dinero para crecer al ritmo que hemos crecido y ahora sentimos más la ausencia de ese flujo en nuestro sistema financiero; y nos basamos casi exclusivamente para crecer en los últimos quince años en el sector inmobiliario: casas y más casas que necesitaban de todo, a unos intereses por debajo de la inflación, con una estructura urbanística enloquecida en todas las autonomías y sobre todo en la costa y en el entorno de las grandes ciudades, y unas norma obsoletas que permitían, que casi obligaban a la especulación con el primero de los bienes, el suelo. Este, convertido en un producto financiero más, en un “derivado tóxico” a la hora de los desarrollos urbanos sigue regido por los mismos principios sin que nadie ponga la primera piedra de las reformas legales urgentes para que nos se repita el fenómeno.
Gobierno y oposición son parte del problema, por su demostrada ineficacia; y son parte de la necesaria solución ya que el problema ha traspasado los distintos sectores y se ha convertido en un problema social y casi de orden público de cara al futuro. Zapatero y Rajoy no pueden dejar fuera al resto de las fuerzas políticas; ni el PSOE y el PP pueden seguir cada fin de semana acusándose de los males nacionales. Ya está bien. La sociedad les exige que por un tiempo entierren los partidismos, los egoísmos electorales y se dediquen en cuerpo y alma a cerrar esfuerzos, aunar voluntades, conseguir consensos, acordar medidas y lograr que este país no tenga que vivir cuatro años contra el muro. Hasta hoy es lamentable lo que se escucha y más lamentable aún lo poco que se propone. Siguen instalados en las mentiras y a cada repetición de las mismas, el miedo de los ciudadanos crece, acentuando a su vez el problema. Por ahora, junto al temor creciente sigue existiendo la esperanza. Malo sería que dejaran que éste se apagase.