Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Los hermanos pequeños guardan muchas veces un cierto resentimiento ante el mundo por el hecho de estrenar pocas cosas. Esto era, al menos, lo que ocurría en épocas no tan lejanas, en las que no estábamos acostumbrados a vivir en la abundancia ni estábamos instalados en la cultura del "usar y tirar".
En aquellos tiempos, como digo, los hermanos menores solían heredar lo que ya valía a los mayores. Así pasaba con los libros de texto o la ropa, por más que el pequeño no compartiese los mismos gustos. Y es que utilizar algún efecto personal hecho a medida de otro (o no a medida, pero utilizado a conciencia por un tercero) deja siempre cierta desazón como de no encajar completamente con uno.
Lo que digo para los jerseys o los chándales se puede extrapolar a las empresas. Y quizá con más razón aun. ¿No es acaso más personal una compañía que una prenda? ¿No refleja mejor la personalidad de una persona un proyecto suyo que una corbata o unos zapatos?
Fernando Martín anda por todos los foros y los medios proclamando que Martinsa-Fadesa está muy bien preparada para afrontar el cambio de ciclo. No es que la compañía sea mala, pero adolece algo de prenda heredada. El nuevo propietario está haciendo los arreglos pertinentes para adaptarlo a su propia mentalidad. Así por ejemplo, Martín se desprendió recientemente de la maderera rumana que Jove compró en 1998, quizá en un arranque de nostalgia de su pasado carpintero.
El nuevo presidente de Martinsa-Fadesa no comparte la misma afición que Jove y acaba de desprenderse de la empresa rumana en apuros por 23 millones de euros, cerca de 30 millones por debajo de lo que costó. Son sacrificios que hay que hacer para ajustarse la sisa y entallar una chaqueta que no se ajustaba a su figura. Sobre todo cuando la maderera producía pérdidas. Ya se sabe que, en estos tiempos, todo lo que debilite la tesorería de las inmobiliarias es el diablo en persona.