Olga Heras
Con las encuestas bailando porcentajes en una y otra dirección, pero marcadas en cualquier caso por un repunte en los índices de popularidad de los líderes del PP, los candidatos de esta formación a la Comunidad y alcaldía madrileña, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, respectivamente, han vuelto a sacar pecho, variando, eso sí, sustancialmente la línea argumental de consenso y buenas maneras que potenciaban meses atrás.
La mesura que imperaba en el discurso del actual presidente regional ha dado paso a un ataque frontal hacia los socialistas, en el que Gallardón cataloga a su oponente como un partido marcado por el rencor y el espíritu de revancha. Otro tanto puede atribuirse a la aspirante al Gobierno autonómico, mucho más vehemente que su compañero a la hora de estigmatizar al PSOE. Aguirre, que enarbola la bandera de las libertades cual Mariana Pineda, declara a su partido heredero de "la Pepa" (la Constitución que los liberales españoles fraguaron en Cádiz en 1812 para dar cobertura a un rey absolutista que más tarde acabaría con esas mismas libertades constitucionales) y señala con dedo acusador al resto de formaciones por no hacer una constante proclama libertaria, sea cual sea el tema de fondo.
Ambas arengas, la de Gallardón y Aguirre, se ajustan estrictamente al guión marcado en Génova, cuyo primer esbozo salió de la propia mano del secretario general del PP, Javier Arenas, quien trazó las líneas básicas del actual argumentario popular (su trasfondo no es otro que la falta de respeto a las libertades) con las famosas y polémicas listas de los "alborotadores" del PSOE e IU en las manifestaciones contra la guerra de Irak. Arenas daba con ello las primeras pinceladas a una campaña en la que el Partido Popular está decidido a cobrarse los sinsabores de las últimas semanas. Los elogios que Gallardón se permitía dirigir en el inicio de la contienda electoral a la candidata socialista, Trinidad Jiménez, se han esfumado para dar paso a un reiterado intento globalizador de la política (ya no se atacan los proyectos ni los candidatos) donde las fronteras que separan al PSOE y a IU, muchas y muy marcadas, quedan totalmente difuminadas.
El PP pretende crear un espejismo, en el que el "comunismo" ha pasado poco menos que a controlar el espacio político de la izquierda, y en el que ambas formaciones se rigen por similares directrices políticas. Una interpretación poco ajustada a la realidad, pese al horizonte de coaliciones que se dibuja tras las elecciones entre el Partido Socialista e Izquierda Unida, y a la más o menos activa participación del PSOE en el clamor popular contra la guerra (acción política a la que llegó en gran parte al rebufo de expectativas electorales, y no hay que olvidar que una parte importante de sus cuadros mantuvieron una medida ambivalencia en este tema).
Un escenario político en el que la España de buenos y malos resurge de nuevo, con unos protagonistas donde unos representan el papel de constitucionalistas, y otros, sin especificar siglas, jugarían a romper la concordia de un país democrático. Y en el epicentro de esta provocada polémica, una Izquierda Unida que ha pasado a convertirse de nuevo en una peligrosa formación, con un talón de Aquiles que el Partido Popular se esfuerza en dejar al descubierto.
Los oportunistas aldabonazos lanzados ahora por los populares en la línea de flotación de IU tienen nombre y apellidos, el de Javier Madrazo, cuya alineación con el nacionalismo vasco hacía temer desde hace tiempo a la cúpula de la coalición que se convirtiera en su principal escollo electoral. Es cierto que los intentos por controlar la particular línea política de Madrazo han sido totalmente infructuosos, pero de ahí a situar a Izquierda Unida en una honda separatista hay una larga distancia. El confusionismo, los equívocos intencionados reinan en estos momentos en una campaña que, curiosamente, no ha comenzado oficialmente. Una campaña impregnada por el todo vale para arañar esos cientos de votos que serán decisivos a la hora de inclinar la balanza de las urnas.