Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Es lamentable para la sociedad española y para los ciudadanos que la integran. Es lamentable para la democracia y las instituciones que la forman y determinan. Es lamentable para los dos grandes partidos políticos que articulan los distintos gobiernos de la nación. Es lamentable pero es así de triste, de descorazonador, de oportunista y hasta de grosero: PP y PSOE, por este orden, Mariano Rajoy y José Luís Rodríguez Zapatero, por este orden, parecen empeñados en reditar los paisajes más duros del aún joven parlamentarismo español basados en las mutuas acusaciones sobre el combate contra el terrorismo.
Los dos líderes han superado ya con creces los agrios choques dialécticos que vivieron José María Aznar y Felipe González entre los años 1993 y 1996. Su falta de sintonía es absoluta. No hay marcha atrás en las respectivas posiciones y nos aguardan nueve meses de continua tensión, de desgaste institucional, de “sabotaje” ( es fuerte el término pero creo que en eso estamos) de las instituciones, de búsqueda del poder y de la derrota del adversario a cualquier precio, sin tener en cuenta los intereses reales de los españoles, la situación de este país en la economía global, sin entrar en los asuntos del día a día, tales como la sanidad, la educación, la competitividad, la inmigración, y el largo etcétera que cualquier ciudadano es capaz de enumerar como prioritario.
La reunión en La Moncloa entre Rajoy y Zapatero tras la ruptura de la tregua por parte de ETA no ha servido para nada. Ya no existe el pacto tácito que firmaron. No existe ningún talante entre ellos. Se quieren destrozar hasta personalmente y esa pelea a muerte sólo terminará cuando las urnas, dentro de nueve meses si la afirmación del presidente se cumple, arrojen a uno de ellos a la cuneta de la vida política.
El Debate sobre el estado de la nación se ha convertido en el primer debate a cara de perro de una larga carrera electoral entre los dos principales partidos. Es posible y hasta probable que Rodríguez Zapatero sea el peor presidente que ha tenido la renacida democracia española desde 1977, pero lo que es seguro es que Mariano Rajoy es el peor líder de la oposición que ha confrontado con un gobierno. El dirigente del PP está mostrando unos usos, maneras y fondos políticos que deberían avergonzarle. Sus adjetivos y afirmaciones en el Hemiciclo del Congreso son una colección de disparates difíciles de encontrar en algún Parlamento de nuestro entorno. Se ha separado de la razón de estado y busca con desesperación una victoria en las urnas por encima de cualquier otra motivación.
Se puede, se debe y es exigible una oposición dura a Zapatero y su Gabinete. Existen sobrados motivos para ello, tanto en política interior como exterior, tanto en infraestructuras como en cultura. Plantear sólo el monotema del terrorismo es reconocer que desde el PP no ven otro camino, otra forma, otra vía para llegar a La Moncloa y recuperar lo que consideraron un expolio tras el resultado de las urnas del 14 de marzo de 2004. La no aceptación de aquella derrota, la teoría mantenida de que existió una conspiración para que Rajoy y Aznar salieran derrotados, la subordinación de una política de centro a las posturas más extremas, ya sea en la calle a través de la AVT o en el Parlamento e incluso las Asambleas autonómicas y los gobiernos regionales del mismo color, todas basadas en la denuncia gruesa de las posturas negociadoras del Gobierno frente a ETA ( con menos concesiones que las que hizo el propio Aznar, conviene recordarlo en esta época de memorias frágiles y oportunistas ) nos ha colocado a todos en la actual situación.
Los males más graves del Gobierno Zapatero provienen de su falta de preparación para el cargo y de la rapidez con que llegó al poder. Ni el presidente, ni sus ministros habían trabajado para llegar a sus cargos a la primera de las ocasiones. González tuvo que intentarlo tres veces, y lo mismo le ocurrió a Aznar. Y durante esos periodos visualizaron ante la opinión pública lo que podían ser sus equipos. En el 2004 todo eso se alteró con el gravísimo atentado de los trenes madrileños por parte del terrorismo islamista y por la respuesta dada desde el Ejecutivo. Ahora se está repitiendo en parte la situación: existe un Gobierno con todos sus defectos y una oposición en la que el líder de la misma no ofrece a los españoles una dirección nueva y potente para convertirse de verdad en alternativa. Y el mal, en este caso, no está en el Partido Popular, ni en alguno de sus dirigentes regionales como pueden ser Alberto Ruíz Gallardón, Francisco Camps o Alberto Núñez Feijóo, por poner un alcalde, un presidente y un opositor, el mal está en la cabeza principal, en Mariano Rajoy que se ha desplazado del eje central de la política, ese 4,5 – 5,5 que te permite ganar y gobernar hasta colocarse por encima del 7 sobre diez ( teniendo a la extrema izquierda en el cero y a la extrema derecha en el 10 ), por más que le aplaudan de forma enfervorizada los más radicales de los suyos. Su única oportunidad de salir victorioso de las urnas dentro de nueve meses es que Zapatero “logre” que una parte importante de su voto se quede en casa. Más claro: el PP ganará si la abstención es alta. Y aún así tendrá dificultades para conseguir la mayoría en el Congreso, tal y como le ha pasado en Baleares y Navarra y en multitud de ayuntamientos.
El terrorismo es una realidad geopolítica en el mundo de hoy. Una realidad a la que hay que hacer frente con los instrumentos democráticos de que disponen las modernas sociedades occidentales y con toda la fuerza y firmeza posible. Pero lo que llamamos terrorismo de forma global es muy diferente en razón de países y sociedades. No era lo mismo el terrorismo del IRA que el de ETA o el de la Baider Meinhoff. Ni estos tienen nada que ver con el que preconiza Osama bin Laden. Ni el de éste con el de los movimientos entre la guerrilla y el terror que existen en Iberoamérica. Cada forma exige un combate diferente, y unas alianzas globales diferentes.
Afrontar las dos clases de terrorismo que existen en España exige un primer acuerdo entre las fuerzas democráticas y un respeto a las reglas de juego: nada de utilización partidista, para empezar, en ninguna circunstancia y con ningún gobierno. Luego, encarar el llamado “problema vasco”, con un diez por ciento de votos detrás de las capuchas y la violencia, con toda crudeza, realismo y cooperación política. El otro, el que ya es más grave y va a serlo en el futuro pasa por un escenario mundial, y desde luego europeo, y está muy ligado a la emigración, guste o no guste su reconocimiento.